martes, 29 de junio de 2010

Ají en vaina

ají molido fino o grueso

azafrán español en rama o molido

canela de Ceilán en rama o molida

Cardamomo blanco entero o molido

cúrcuma molida

gengibre entero o molido

nuez moscada entera o molida

Pimentón dulce nacional o importado

Pimienta de Cayena entera o molida

Pimienta de Indonesia entera o molida

Pimienta de Jamaica entera o molida

Pimienta de Madagascar entera o molida.
Yo soy una pro-meridional -en Italia- y Nápoles me parece la ciudad más civilizada del mundo. Eso no implica que le pueda decir a un napolitano pará con la manos que me vas a pegar! A no confundir pueblo con masa; y a no esencializar al pueblo, ni santificarlo. Somos todos pueblo en todo caso,para mí no existe "el pueblo", es una entidad teórica de los nazis, para mí existe la cultura (en sentido antropológico)El muro pide (cómo pide el muro) que cuentes en qué pensás. Pienso en el origen, el "lugar" (ort) que significa punta de lanza. Allí todo converge hacia la punta. El lugar reúne lo supremo con lo extremo. Lo reunidor resguarda lo que recoge, pero no como un envoltorio sino como un modo que transluce lo reunido. La grandeza es la amplitud con que se afianza la memoria propia.A festejar que tenemos memoria.
Desde el psicoanálisis yo diría que la Argentina es una sociedad filicida, un pueblo filicida que manda a morir sus hijos a las Malvinas como si fuera a un partido de fútbol. No me horroriza tilingamente que exista la masa, me horroriza que la masa haga lo que hace.
Pensemos en el silencio. En lo que no decimos ni queremos decir porque no queremos lucrar moralmente con ciertas cosas como hacen algunos "amigos" de Clarín que lucran con todo y además son buenos, honestos y progresitas. Era Gramsci el que explicó que el poder malo rara vez existe, como externo o desde afuera. El poder... malo es la hegemonía que responde al sentido común del que participa el amado "pueblo".
Ahora me enchufé: En serio, dado que muchos de uds., amigos, ex alumnos, son a su modo poetas (lo digo seriamente) la estética de uds. ganaría mucho si pudiesen leer las ausencias. Yo estuve en la conferencia de Derrida en el Cervantes en 1996. Increíble. Y luego cené con él: esa conferencia fue poética pero estremec ...edora: habló de los desaparecidos argentinos desde los silencios y la complicidad.Para mí el Mundial 78 es un trauma (lo digo a la luz del mundial que se viene y de esta argentinidad al palo que estamos viviendo). Entendí, siendo muy joven, que entre esa gente que aplaudía a Videla y yo no había nada que me uniera, NADA. Me lo exigíanmis muchos amigos, compañeros y amigos de mis padres y de muchos conocidos muertos. Tenemos que ir a las escuelas a ver las placas para entender???
Nuestro amado pueblo argentino tiene 3 pecados en el corto plazo: el Mundial 78; la Guerra de las Malvinas (o Mundial del 78 II parte) y el Menemismo (Proceso militar II parte). Estos fueron tres espantos padecidos por todos, causados o legitimados por nuestro amado pueblo, que estuvo los cuatro días en la calle por el bicentenario. Ojalá aprendamos.
Porque la HEGEMONIA, como dice Gramsci, para perdurar tuvo que hacer concesiones,tuvo que absorber elementos contraculturales, tuvo que absorber negaciones, injusticias, contradicciones... O sea, la hegemonía es un ente construido pero con un EQUILIBRIO INESTABLE. O sea, la hegemonía huele mal y conlleva culpas...
Algo ...huele mal en todo Dinamarca, todo el tiempo y para Hamlet todo es fétido, recuerdan?

Viajes

Cuando viajan, algunas personas llevan fotografias de sus parientes y amigos, de lo que aman. Yo tambien. Pero tambien llevo una valijita negra con seis pisapapeles, cada uno envuelto en franela, como esa franela verde del pool. Porque a pesar de su aparente solidez son muy frágiles... y como muchos vástagos, hostiles.
Cuando encontré ese pisapapeles que te está reservado -lector- estaba en un negocio de baratijas en Praga, ciudad mágica. Buscaba adornos típicos para las típicas vitrinas pero vi el pisapapeles.Busqué al dueño y pregunté cuánto pedia; era evidente que no tenia idea. Valia como mil dolares me lo dio por 20 y en realidad ... me senti como una estafadora. Qué diablos fue la primera y única vez que le gané a un comerciante...

El Campo y la Ciudad. Reflexiones sobre el "Ruralismo" de la clase media argentina.

Es realmente indignante la basura que nos ha tocado vivir hoy. No me refiero a los reclamos sectoriales (después de todo, es esperable que los beneficiados deseen seguir siéndolo) sino a la descomedida reacción del imbécil promedio de la clase media pequeño burguesa. No hablaré aquí de la mímesis vestimentaria que es posible percibir entre los empleaditos bancarios y los “nobles productores rurales” (quienes a su vez se disfrazan, alpargatas y bombachas camperas, de gaucho sabio y tradicional). No me extenderé tampoco sobre estas chicas rubias que, moviendo sus respectivas nalguitas bronceadas, acusan a la presidenta de pisotear a ese campo del cual brotan, planta más preciada que la soja, polistas a quienes sería bello matrimoniar. No abundaré tampoco sobre la impresión que me causara una bandita de chetitos alpargateados que gritaba el consabido “que se vayan todos” empuñando banderas argentinas. Dejaré también para el arcón de las anécdotas bizarras la columna revolucionaria de la Facultad de Filosofía y Letras que fue aplaudida por un barrio de Caballito repentinamente inclinado a los éxtasis bucólicos. Pasaré por alto todas estas cosas lamentables desde un punto de vista político, que hablan por sí solas, y más bien trataré de pensar en la actitud mental que ha llevado a tantos respetables padres de familia porteños a tramar una alianza imaginaria con unos señores cuya renta es, a menudo, cientos de veces mayor que la de un empleado o un cuentapropista, y que no dudarían en pisotear a esos mismos ciudadanos de clase media para maximizar en una milésima sus ganancias. Me parecen muy significativos los despuntes de ideología francamente reaccionaria que hoy hemos escuchado en tantos comentarios de la calle y periodísticos: la hidalguía del campo, el agro como lugar del trabajo, la pureza de las extensiones fértiles opuesta a la corrupción de la política, la buena sociedad rural como sede de una productividad virtuosa donde se disuelven las contradicciones de clase y donde todo se solidifica bajo el sanbenito de la nacionalidad. Creo que el hecho que hemos presenciado hoy tiene, en algún sentido, una extrema gravedad, mayor que, por ejemplo, la de las marchas de Blumberg; porque en las movilizaciones antidelincuenciales del ex ingeniero se percibía un reclamo por lo menos fundado en la idea de un beneficio material más o menos inmediato: poder salir a la calle, no vivir enrejados, mandar tranquilos los hijos al colegio, etc. Allí parecía haber un fin razonable, la seguridad, que se exigía apelando a un medio inefectivo y repugnante, contraproducente. La ideología canalizaba mal una demanda en gran medida real. Sin embargo, aquí la ideología, la política, se ha mostrado en toda su pureza, dado que todos aquellos que han manifestado, pocos son efectivamente poseedores de estancias o productores rurales, o hacen negocios con el campo (y de hecho pagarán más caros los alimentos en las góndolas de los supermercados como consecuencia del lock-out). Claramente, esta buena sociedad porteña, que se dispersó de la Plaza de Mayo ante el solo rumor de la llegada de doscientos piqueteros, encontró en esta alianza casi mágica con un campo que apenas conoce, el catalizador de montones de ansiedades y sueños que su propia inserción en la política y en el sistema de relaciones ecónomica no le permite tramitar. Básicamente, al discurso de los ruralistas, que saben lo que hacen y por qué lo hacen, se han sumado las pretensiones imaginarias de una clase media que ve en el campo una suerte limbo apolítico donde, versión posmoderna del beatus ille horaciano, puede apreciarse al fin la palpable realización del “que se vayan todos”. ¿O acaso los patriotas de la movida antielectoral del Km. 501 no se autoexiliaban en un fin de semana campestre? Y efectivamente esto es, en cierto sentido, una continuación del 2001: en el sentido de que una clase media sin identidad política definida, temerosa de sus propias contradicciones, incapaz de proveerse de un imaginario, muchos menos de una política, resuelve idealmente estas tensiones orientándose hacia una salida primitivista. Una arcadia pastoral, por cierto más prestigiosa y sólida que las extravagancias de los lectores de Tony Negri y Michael Hardt. Lo que estoy tratando, es de explicarme los carteles que decían “estoy con el campo”, y no “soy el campo”, identidad ésta que solamente pueden reclamar, coherentemente, los productores rurales. ¿Qué significa estar “con” el campo? Significa, primero que nada, un formidable ejercicio de turismo ideológico; significa, para esta clase media en promiscua convivencia con un molesto pobrerío urbano, una utopía redentora, un escenario cuasi-mitológico donde se mezclan ansias de dominio señorial con peones buenos que ceban mates, ordeñan vacas y cosechan granos. Así, frente a una politicidad considerada corrupta y corruptora, que exigiría el ascetismo de un “nuevo contrato moral”, la clase media porteña ha encontrado en el campo, no solemente una voz de orden, sino también un paisaje cívico. Hoy hemos asistido a un pequeño milagro del imaginario, a saber, la transformación del modelo agroexportador en una suerte de baluarte de la productividad, que se opondría por naturaleza a las corrupciones de una demagogia que desvía flujos productivos hacia gastos suntuarios y sumisiones clientelares. Si entramos, por ejemplo, al foro de lectores del sitio de La Nación, nos encontramos con que la enorme mayoría de los comentarios reflejan esta oposición entre un campo productivo y una política parasitaria. Así, mientras se pasan por alto los grandes oligopolios, la violencia encubierta o directa sobre los peones, se nos presenta un campo nutricio, cuyo fin principal no es enriquecerse con las exportaciones, sino alimentar y vestir a los niños argentinos. De allí que los medios hayan insistido en la apoliticidad de la marcha, frente a la organización de los piqueteros. Un canal de televisión fue muy claro al respecto: los piqueteros asustan a la gente. También un vecino de Caballito (el mismo barrio por el que transitó la aplaudida columna de nuestra facultad) dijo estar harto de que el gobierno nos divida entre ricos y pobres, porque todos somos argentinos; también este mismo vecino relató que protestaba con un cencerro forjado en el campo, al que hacía sonar una y otra vez. Este tintineo, es de suponer, tendría un efecto ritual, era el conjuro de tanto desorden citadino. Esta gente, quizá intoxicada de bucolismo por el fin de semana largo (fin de semana que absorbió al ignorado 24 de marzo) se encontró de golpe con que es una avanzada del campo (del orden y la producción) en una ciudad descontrolada, a merced de los delincuentes y de los piqueteros corta-calles. Para ellos, el país se define como la sociedad (ideal) del conglomerado de las medianas unidades productivas que “funcionan bien” (medianas en el sentido de que son pensadas como comunidades que se respetan unas a otras, y que no compiten sino que simplemente trabajan). Se trata una muy irónica parodia de los argumentos de Qué es el tercer Estado del abate Sieyés: ellos también dicen que el productor rural es todo, mientras que los otros no son nada. La complejidad de las realidades regionales de las provincias es resumida, brutalmente, en una actividad de venta librecambista de commodities, transacción cuya repetición irrestricta equivaldría a la “productividad”. Repetimos: es muy probable que el gobierno haya estado torpe en su indiferenciación de los reclamos rurales, pero eso no quita la dimensión imaginaria de la política de la clase media, que ha decidido verse a sí misma como prolongación natural de un país productor, frente a una ciudad que percibe hostil y corrupta por delincuencial y politizada. Creo que no es una de las claves menores de lo que hemos visto hoy esta nueva redefinición imaginaria de las relaciones entre el campo y la ciudad: ahora los negros (una no man´s land del punterismo, el paco y la política mafiosa) son una especie de relleno que acordona a la ciudad buena y que la separa de ese mundo prístino donde pastan las vacas y crece la soja. Para la indignada opinión política de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, la pregunta del momento es cómo eliminar o sortear ese relleno humano que impide un contacto directo con el campo, sede de una productividad impoluta y ancestral.

1

¿Qué quedó de Flaubert,

con su esmerada frase?

Kipling fue un sueño largo.

Melville duró bastante.

Dante: ¿qué significa

en el crudo balance?

Sólo queda Lugones

al fondo de la calle

reclamando un soneto,

perfecto en el detalle.

Poeta por acento, no por canto salvaje,

por un empeño ardiente, no por gracia constante.

Borges busca la proximidad,

un ajustado enlace,

las señas emotivas de los poetas locales.

Con Carriego mantiene

una vieja disputa, al aire.

lo trae, lo aleja, lo aproxima,

lo saca del estante,

lo pone junto al cuerpo,

nostálgico, transido, suave.

Lugones es el maestro,

el que no debe olvidarse.

El que plantea realismo, claridad, envase,

con un gran gesto retórico

que asegure la fluencia de lo que se hace.

Borges no fue ministro,

careció de asesores

no tuvo oficiales,

periodistas, compinches o curiosos

que hasta el final lo acompañasen.

Fue víctima de dudosos encuentros con salvajes trampas.

No hurgó en los cancioneros tradicionales.

No tuvo tiempo para todo.

Las conferencias, las lecturas reales,

luego las imaginadas,

el tedio de las entrevistas, los viajes,

el deseo de los idiomas,

la emoción de las tardes,

redujeron sus saltos,

no permitieron todos los fatales

y deliciosos vínculos

con lo natal que impone vasallaje.



Poeta por método y por martirio,

el arrabal cavado en el desaire,

la leyenda, el ardor, la valentía

de los que dejan vida en el instante.

Y por eso admiró con asombro

el cuchillo mortal

que entra y que sale.

Le provocó temblores

Y personajes.

2

Una mujer llamada Esther

pasa a su lado

otra toca su hombro

y le musita: “lo he leído tanto”...


De cada una Borges recoge un tono, un canto.


Lo femenino lo conmueve, siempre.

Sugiere labios,

relieve

el pecho delicado de vivir para amar.

Tiene que ver con un aroma extraño.

Pasajeras veloces,

mensajeras de un árbol

que crece de modo instantáneo

en el centro del corazón

o en la mitad del párpado

hasta hacer de cualquier hombre,

un hombre enamorado.

La mujer es en Borges,

un imán, un diamante novedoso

la chispa emotiva

que inaugura otro ánimo.

Tan febril, tan curioso,

y tan entusiasmado,

que a partir de un saludo,

sus ojos abandonan el cansancio

quiere inventarle alondras espacio,

quiere una rosa que quepa en cualquier vaso

quiere que el mundo se transforme

de cúspide y de plano

que crezca la Virtud,

que cada hombre sea un Santo.

Es el idilio de la fantasía,

es la locura del gran arrebato,

es invadir la piel de la cornisa,

y desde allí mirar todo cambiado.


Ellas por su parte avanzan

con circular encanto,

casi desnudas, leves,

con sonrisas de engaño,

con caderas perversas

con los pechos en alto

suaves, continuas, finas.

Borges ha vuelto al poema áspero.

Imagino por un instante,

tuvo por un minuto hambre y hartazgo,

la sensación de una sorpresa,

y ahora tornó a su acto

lento, difícil, necesario, esquivo,

construido con deseo y con asco.

3

Florida en el atardecer

es un premio excesivo.

Hay que ir por ella como por un mar,

con brújula, aparejos, signos,

que ayuden desde el horizonte

a caminar con rumbo definido.

Es necesario obedecer,

es conveniente mantener el ritmo.

Borges no acepta y huye,

opta por su destino,

y sin dejar de estar,

decide colocarse ante sí mismo,

inventa su paraje,

su detallado delirio,

urde las palabras,

pero como todo no puede,

frente al desorden que convoca vivo

elige una estructura que lo apoye

que le dé música y espacio estricto.



Florida es implacable

tiene un propio designio.

No le interesa nadie en especial.

Los duros y los sensitivos,

¿qué diferencia hay en el balance?

Cada uno sin saberlo ni sentirlo

es un heroico ante la muerte,

es un golpeado por los hechos:

sacrificado, honesto o asesino,

cada uno del montón

es un brutal y gran desconocido,

que lleva, trae, empuja, rueda

un viento negro, nunca definido.

Los hombres no son felices,

y caminan, iguales, decididos,

por la Florida interminable,

con clima de laberinto.

¿Quién la hizo tan derecha,

tan delineada y rumbo al infinito?



Borges sabe que es otro más,

sin nadie que le ofrezca alivio.

No cree en la gloria,

no cree en ningún descanso merecido,

sabe que a todo lo acosa el espanto.

Borges está en la rueda, gira lívido,

manotea un murmullo,

y sabe que está solo y despedido.

4

A través de la boca

Borges escribe, ordena

palabras, situaciones, gestos,

que llegan con su métrica.

Quiere escuchar la Música

a través de los labios que queman.

Todo sale del centro de la cara,

el argumento, el clima, la cadencia.

Nada queda descuidado,

silencio, períodos, materia.

El bastón es su lápiz

y el aire es el papel que se le pega.

Debe hacerse mención de la Memoria

la que viene de atrás, la que conserva

los detalles, las formas,

las delicadas señas.

Camina y no camina,

avanza, sobrelleva,

elimina el obstáculo de estar,

no le importa el clamor, la polvareda,

los disturbios perennes.

Tiene lo que desea

para poder imaginar,

desierto, horror, indiferencia.

No necesita oasis,

palmeras que dibujen tregua.

Tiene ensimismamiento,

toda la resistencia,

y así sigue, avanza, cruza.

Llegar a Córdoba es la idea,

penetrar en Florida.

Aún falta mucho, no le llega

ningún aroma de plaza.

Lo único que lo consuela

–que lo podría consolar con evidente prueba–

es el poema que irrumpe por las órbitas,

que lo atraviesa,

como una ronda de tormento.

Eso lo salva, lo lleva,

lo vuelve forastero de una ilusión eterna,

con aire de comarca

y en donde no hay fracaso

ni tristeza.

5

No hay libertad, hay hábitos,

y hay una decisión, una entre otras

de caminar hacia la Muerte,

con el cuerpo exaltándose en la sombra.

No hay amor si no hay espanto,

no hay cuerpo que no desangre a solas.

No hay salvación si el poema tarda,

O si la palabra se diluye en la borra,

O si en medio de la marea,

no llega exacta redonda

frase en la que se representa

la síntesis que apasiona.

Borges advierte con pesar

que llegó a Tucumán, y no hay estrofa.

No puede borronear, tachar

romper lo que es imperfecto o sobra.

No puede eliminar papeles

que se resisten a aceptar la gota

de sonido, de énfasis,

de claridad conmovedora.



Todo se desarrolla

sobre una tela que no tiene fondo,

en el espacio de la desmemoria,

en la aridez de lo que no se pronuncia

en el deseo que no encuentra forma.

Borges insiste, insistirá,

recordará tramos de su obra,

arañará emociones, aunque sabe

de tardes que se desploman

sin dejar nada,

sin endecha, sin párrafo, sin copla

sin el menor asomo

de redención verbal cantora.

Lo vago, lo puro y lo impuro

La mayor parte de nosotros, casi todos nosotros, estamos lejos, lejanos, lejos en el espacio y lejos en espíritu... Todo se asemeja a un período “de fiesta” en donde el tiempo, en tregua con los “comienzos”, sufre como un ademán de excitación cambiante, que uno puede interpretar como alegría o exaltación.

Estamos lejos, lejanos, estamos allá, en los márgenes devastados de algún sitio lejano, o en los costados devastados de nosotros mismos.

Verónica en Primavera

Bajarse del subterráneo es un tránsito casi siempre imperceptible, sin horario ni perduración. Pero ahora Verónica intenta abrirse paso entre esa masa de gente pegoteada y voraz. Hace ya unos instantes que espera para bajar pero la muchedumbre la inmoviliza, la retiene pesada y convincentemente entre esos alientos entrecortados y sudorosos. Por fin, pisa el andén, es otra superficie, otro espacio, menos frágil, más real.

Sin embargo, los cuerpos no la abandonan. Permanecen adheridos a sus flancos como por una conexión milagrosa y perenne. Se imagina los cuerpos vistos desde un ángulo superior, desde el aire: un cuadro de Picasso tal vez, porque ya es empujada hacia adelante, sus cabellos tironeados por un cuerpo de azul que pasa corriendo. Verónica trata de avanzar hacia la salida pero nuevamente la atrapan potentes piernas, torsos ineludibles y una vez más se desliza de un lado a otro. De pronto una pollera amarilla pasa a su lado, también arrastrada en el mismo torbellino y una mujercita pequeña y colorada le sonríe dulcemente aunque ya la ha perdido de vista y de pronto un niño, un padre, un maletín, un marinero, una anciana, todos flotan ya incomprensiblemente hacia las vías.

Manara

Uno nunca entiende muy bien cómo ocurren ciertas cosas. Camine cinco casas más adelante, por la calle principal hasta el portón negro. Un perro ladrará detrás de la puerta imponente y sola, pero sin mucha convicción. En unos segundos, será su amigo. Proceda hacia adelante, siempre adelante por la galería hasta las sucesivas puertas intermedias, la de vidrio, la de madera. Es probable que nadie perciba su visita hasta mucho tiempo después. Las cosas desde ya siempre ocurren como quien no quisiera. Subrepticiamente. Los corredores van pasando y los mosaicos casi siempre tienen diseños atractivos, dibujos de otras épocas y lugares, princesas o reyezuelos en campiñas verdes impecables, como en las vetustas teteras de una bisabuela. Por fin aparecerá la pequeña glorieta, antesala del jardín de invierno, con sus flores amarillas y azules en plena estación y su perfume delicioso, y allí estará la anciana con su gato, ambos semidormidos y silenciosos, ambos arrellanados en las mecedoras de caña, balanceándose hacia atrás y hacia adelante, el tejido caído en pleno césped. ¿Será necesario detenerse un buen rato allí? Todo depende. Uno nunca sabe cuán fino puede ser el oído de un felino. Se dice de estos animales que gozan de una intuición casi femenina y de una especie de radar que percibe hasta la más ínfima turbación sonora. En todo caso, habrá que hacer un buen trabajo.

Pero allí no acabará todo. Será preciso aún otra caminata aunque ya se esté cansado y resoplando aire, hasta el fondo del pequeño parque, donde estará el niño. Sin embargo, uno no entenderá nunca cómo es que el niño ya está mirando con su sonrisa perpleja que viene desde atrás de esos ojos grises y de la boca pegoteada con helados y bombones. Pues todo afán descriptivo siempre corre el riesgo de resultar artificioso y extenso. Los ojos que miran lo toquetean todo, se detienen sólo en algunos espacios, siempre es el fragmento de un cuerpo, una gota de saliva o de sangre. En fin, uno ha recorrido ya todo un camino y exhausto como está, deja la lapicera.

Colores (y retazos)

Y si una tarde lluviosa volviera a mi casa en auto, las gotas oblicuas colgadas en el cansancio del viento, con las manos apoyadas en el volante y satisfechas por cómo van los negocios del circo, podría pasar por la puerta de un jardín de infantes. Podría ver entonces a los niños saliendo, prendidos por las manos a la felicidad de las madres, llorando o riendo, quizá comiendo chocolate o helado. Vería entonces algunos pedazos de mi infancia -quizá los primeros juegos, algunos olores, ese primer muñeco de orejas grandes y ojos aterciopelados- flotando, disueltos entre la alegre linfa de sonrisas y juegos, como formando una gran nube que lo incita a uno a sumergirse, de la misma manera que lo veo entre los niños que van a divertirse al circo, y estaría seguro de haber perdido con los años los colores de un cuadro gigante y único.

Entonces aprovecharía que fuera del circo no estoy encerrado en la línea circular y poderosa que divide la carpa en arena y tribuna, haría coincidir la bailarina de trapo que cuelga del espejo retrovisor con la nube de pasado y risas infantiles y aceleraría alegremente para atrapar los flotantes retazos y colores de mi infancia. Supongo que en la primera embestida agarraría la mayoría de los recuerdos; al resto los perseguiría -ya enfervorizado por tenerlos a todos- en la calle o en la vereda, hasta donde hubiesen volado por el viento del primer golpe, y los terminaría de atrapar en algunos minutos.

El Clavel del Aire [1]

No es un vegetal. Como tantos otros seres aéreos, también el clavel del aire disfruta de un privilegio efímero: su cuerpo pende misteriosa y dificultosamente entre el cielo y el infierno.

Expósito errante, une su destino al de las aves, los sueños, los ángeles, el humo y el viento. Se trata, quizás, de una suerte de mensajería espiritual; por medio de ella transmitidos nuestras inagotables súplicas hasta los oídos de nadie. En su oficio de médium, el clavel del aire irradia a su alrededor fuerzas o energías que comunican nuestros labios resecos con las hostias que imaginamos levitando en el aire. ¿Pueden detectar nuestras miradas aturdidas su esmirriada corporalidad?

La "tillannscia aeranthos" -según su prontuario científico- es, admirablemente, pariente cercano del ananá. Es, además, desarraigado émulo de la orquídea; ambos se nutren de las breves migajas de polvo, de luz y de agua que el viento arrastra en su nervioso baile. Abrazado a las últimas ramas de los árboles o a los tensos cables que conceden un aura fosforescente a las ciudades, nos deja atónitos con su simple y desnudo modo de vivir. Con sus uñas de aire, el viento, ecuánime y despiadado, cala estrías dolorosas esculpiendo en el tallo formas supliciadas; calcos de una humanidad quebradiza.

¿Cuál es la imagen sensible que nos suscita instantáneamente la visión casual del clavel del aire? Nos vemos duplicados. En su terco afán de pretender lo inconcebible (vivir del aire) y de huir de la fatalidad (la tierraparturienta), nos reconocemos aferrados a una vida en la que oscilamos vacilantes, suspendidos sobre un abismo en cuyos acantilados preferimos merodear a ciegas.

Observándolo, recordamos el salto portentoso de todo niño que, por un breve pero formidable lapso, se cree apto para ascender a los cielos. Pero el suelo es condena. Entonces lo imaginamos como un libérrimo arquetipo de la esperanza colectiva o lo suponemos encarnación de una deidad tímida. Pues algunos objetos son capaces de soñar en nuestro lugar. Así aprendemos que somos nosotros los claveles del aire. Ya está dicho, no es un vegetal: es la representación dolorida de las ilusiones milenarias de la especie, un muñón de nuestro cuerpo que se cuelga del aire.

_______________

[1] Es una epífita. Como las orquídeas.

domingo, 27 de junio de 2010

Me imagino que el canto de la lluvia tiene el inaudible fraseo
del que está condenado a una determinada tarde, a un determinado pasado.
No necesito estar, estoy desde antes.
Ella me canta y yo la escucho desde mis platos y mi comida,
y mis ollas con olor a todos los días,
desde esta mesa de madera en que todo resbala.

Como reina dolorosa del abismo comulga hoy con mi propia animalidad.
Te escucho con todo el cuerpo volcado sobre la ventana,
como un borracho sobre un estanque con luna
y una vez más compruebo que la lluvia quita la mayor vitalidad de mi tristeza.
Hoy nada restaura la herida de sentirme viva.

sábado, 26 de junio de 2010

Un poema, esto es, casi siempre, un libro. La luz. Una esfera, un cuaderno escrito con rabiosa personalidad, al margen de modas y de modos y convertido en un archipiélago de islas disidentes. Una superficie gris, despojada, enjuta y fría. Alguien incorregible (las personas pueden objetivarse de vez en cuando). Una roca de algún viaje apasionado. Un bar preferido. Un bodegón preferido. Un recuerdo que atesorar, asimilado simbólicamente a una estrella fugaz. Una música, un lugar, una duda.
Con esta lista, entenderán, en parte, mi proyecto de escritura. Porque tal vez el objeto elemental es precisamente un margen.
Qué lindo que todo tan cerca y aún lejos... Recuerdo en El Banquete de Platón, esa inolvidable cena, donde Platón reflexiona, gracias a Sócrates, sobre la distancia y proximidad. Sócrates era el líder, pero prefería siempre alejarse de las muchedumbres. Iba detrás y no delante de sus discípulos y Platón no podía creerlo.
Sócrates invitaba a caminar con él a unos cuantos, pero cuando los convidados creían seguirlo, él siempre estaba atrás. Si preguntaban, decía "vayan siempre delante de mí" y el diálogo se establecía no sólo por las palabras sino por los cuerpos maestro-discípulo...

La humedad

Debo detenerme unos instantes en este asunto de la humedad que me carcome.

Digamos que se trata de un medio genesíaco, del que nacen cosas. Esto ocurre, desde luego, en la naturaleza, pero también, como medio ambiguo, en la poderosa mitología. Parece que Anaximandro creía ya -y no los porteños- que en un principio era humedad toda la región alrededor de la tierra, pero, al ser secada por el sol, la parte vaporosa originaba vientos y éstos las revoluciones del sol y de la luna. Mientras que el resto es mar.
Los primeros seres vivos nacieron de lo húmedo, envueltos en escamas, luego se les fueron secando y se les quedó como una corteza, hasta que esta misma también se rompió y entonces vivieron durante un corto tiempo una vida distinta. Los animales nacerían de lo húmedo evaporado por el sol.

¿Pero y el hombre -o la mujer da igual? Al principio parece que era semejante a un animal: el pez, como animal de raza similar y pariente.
Otros sostienen que los astros celestes nacen de la tierra, por la humedad que de ésta surge. Cuando una exhalación se rarifica,nace fuego. Del fuego elevado, la frase "lo que mata es la humedad".
En este sentido, la humedad no sería sólo origen sino destino fatal, una mezcla de tierra y mar, y con el tiempo, si todo va viento en popa, la tierra quedará disuelta por la humedad, hasta convertirse todo en barro. En ese momento, comenzará una nueva generación histórica y chau baires.

Para qué seguir, si en tradiciones míticas menos cultas, como la nuestra por ejemplo, el hombre nace del barro primordial. Esto es la humedad con sentido, y su medio más propicio bocas, marismas, pantanos, fango. Lo genesíaco siempre va unido a estos estados intermedios pero no absolutos de los elementos, magma, barros, polvo.....

En toda marisma hay algo enfermizo porque representa una excesiva potencia generadora, incubadora de vida, y también de enfermedades. Y con éstas vendrían los estados alterados, los delirios, la conciencia de no ser, el tango, bah! caldo de cultivo de apariciones y humedad. Los dioses en estos casos esperarían fumando y nada de sus cosas tendrían estado cierto.

Pero, ¿y la marisma interior? ¿La humedad por confusión, presidio, desazón o cambio? Hay un empeñarse de la plenitud de los virtuosos que de pronto hace mutar todo en abyección. Yo pienso que es pureza sublimada, bordea siempre el precipicio del pecado, hay una invasión de amor que es pura espiritualidad, y que rara vez se condensa en carnalidad -porque son "los virtuosos" y no le dan al tango.

Somos mutantes y nacimos en ciénagas, y de puro milagro, en nuestra marisma interior, vagamos confundiendo la moral, la salud y la enfermedad. Nervios, fiebre, desmayos, caída y recaída, pesadillas e insomnios, visiones y miedo permanente al precipicio, que es un principio, precisamente, de la locura.

Extrañamos en cantidades húmedas. Esa es mi lenta, vana, sensación de hoy. No voy a escribir ya tan saludable y exultante en contraste ahora con la poca luz, algo de lluvia inventada y el sol que todavía no calienta.
Pero voy a seguir intentando escribir nuestra humilde humedad.

Eso sí: participo tristemente de la conciencia de lo vetusto.

miércoles, 23 de junio de 2010

Viajes II

Tengo la fortuna de leer en italiano desde chica y hay textos que también son una forma del viaje. Mi papá desde los 3 años me habló empecinada y obsesivamente en italiano, y me dio las nociones básicas de la gramática y la pronunciación. El resto lo hizo más tarde las instituciones y yo misma, leyendo con voracidad durante un buen tiempo de mi vida, y culminando mi práctica un poco cuando viajé en 1996 a conocer a toda la parentela italiana... Recorrí en ese momento todo el sur básicamente, aunque también fui a algunas ciudades norteñas entre ellas Bologna (dos primos estudiaron allí y me quedé con ellos... ciudad inolvidable). Viajar es muy bello y, cuando todo sale bien, casi resulta increíble: esto último tiene que ver con las expectativas que puede llegar a formarse un argentino (vivimos en el culo del mundo, no sólo por la lejanía). Recorrí en ese momento buena parte de la Bota y también pasé a Portugal, desde Lisboa hasta Galicia, y todo el norte de España hasta el país vasco. Hay mucho para contar... Caminé como nunca lo hice después en otro viaje. Italia es belleza todo el tiempo y la gente hospitalaria y cordial, aunque todo se va disipando cada vez más a medida que viajas hacia el norte. Portugal lo recorrí en zigzag, entre playa y montaña. Todo delirante....

España es más seria; no tanto la gente sino el país, aparece mucho más la piedra , pero igualmente todo muy hermoso.Hay más profundidad , como si se tomaran la vida más en serio Estuve en cuevas con "dibujitos" de hace 20.000 años .No las Altamira, porque hay que reservar con tres meses de anticipación, pero cerca : hay muchas. Santillana del Mar está al toque, y el paisaje de las vaqueras del marqués un despelote.En fin, mucho para contar.

También fui a Valencia, ciudad en la que vive un primo italiano casado hace ya años con una española. Conocí los arroces, y las fallas (no me preocupo por ellas: todos las tenemos). Y cuando volví se me había pegao el acento.
Pero de eso aprendí a desconfiar: tal vez aquello que suponía ser el típico acento valenciano no era otra cosa que el macarrónico que practican los tanos en ese supuesto reino; jerga mediterránea imprecisa pero apta para elevada cota de comprensión entre tano-valenciano y tana del Virreinato del Río de La Plata.

Segundo

El yin y el yang son opuestos. Todo tiene su opuesto, aunque este no es absoluto sino relativo, ya que nada es completamente yin ni completamente yang. Por ejemplo, el invierno se opone al verano, aunque en un día de verano puede hacer frío y viceversa.
El yin y el yang son interdependientes. No pueden existir el uno sin el otro. Por ejemplo, el día no puede existir sin la noche.
El yin y el yang pueden subdividirse a su vez en yin y yang. Todo aspecto yin o yang puede subdividirse a su vez en yin y yang indefinidamente. Por ejemplo, un objeto puede estar caliente o frío, pero a su vez lo caliente puede estar ardiente o templado y lo frío, fresco o helado.
El yin y el yang se consumen y generan mutuamente. El yin y el yang forman un equilibrio dinámico: cuando uno aumenta, el otro disminuye. El desequilibrio no es sino algo circunstancial, ya que cuando uno crece en exceso fuerza al otro a concentrarse, lo que a la larga provoca una nueva transformación. Por ejemplo, el exceso de vapor en las nubes (yin) provoca la lluvia (yang).
El yin y el yang pueden transformarse en sus opuestos. La noche se transforma en día, lo cálido en frío, la vida en muerte. Sin embargo, esta transformación es relativa también. Por ejemplo, la noche se transforma en día, pero a su vez coexisten en lados opuestos de la tierra.
En el yin hay yang y en el yang hay yin. Siempre hay un resto de cada uno de ellos en el otro, lo que conlleva que el absoluto se transforme en su contrario. Por ejemplo, una semilla enterrada soporta el invierno y renace en primavera.

martes, 22 de junio de 2010

Bidegain Viajando

Iban Genovese, Tatú y Pedro Picapiedras. Iban solos ese día, era un encuentro para más de doce matrimonios de ex choferes de la línea. Y Bidegain, claro. Pero es abogado, así que no cuenta. Tatú lo conoció hace poco pero lo tiene en alta estima, y siempre un doctor realza la compañía. Es bien hablado Bidegain, pero habla poco.
Ellos no, ellos arreglaron porque iban juntos y así estaban las cosas. Hace mucho que no duermen bien pensando en ese encuentro. Sólo esperaban que el locro estuviera a punto, Bidegain lo saboreaba como si lo hubiera hecho antaño su madre, que en paz descanse; esperaban que la autopista no estuviera muy cargada, que no ser de los primeros, mirá cómo pasó el guanaco que está apurado, que este autito chocado y destartalado de Pedro no se nos empaque.
Ya la otra vez había habido guitarreada hasta casi las cinco de la mañana. Genovese, el rengo, llevaba su instrumento de madera gastada, por si acaso... Sabía que le pedirían, que lo invitarían amablemente a cantar. Para eso era tucumano carajo, y para eso le quedaba la voz, porque las piernas ya no le funcaban. Dos retacitos colgando y las muletas, pero qué voz, qué voz...
Bidegain observó desde un primer momento que los rodeaba una misma cosa, un solo movimiento. Ese peso con el que caminan los amigos, que se conocen, que se saben capaces de, que se herrumbran juntos, envejecidos sí, un poco desteñidos quizás, pero uniformes, parejos. Se unen al caminar como girando sobre sí mismos.
Vieron muchos pibes pasar que no tenían franco como ellos y se regocijaban frotándose las manos. “No se quiere morir”, decía Tatú. Y sonreían ante la juventud impertinente, alcornoque. Sabían los tres que el contrapunto era inevitable. Y Bidegain se relamía por la comida casera y por la gola de Genovese, que era proverbial, de todos modos conversaban cómo Manuel forzaría su talento inútil, su garganta apasionada pero rala. El rengo lo podía, eso estaba claro, y quién lo hubiera dicho. Manuel pintón, con su mujer colorida y rechoncha al lado, y así y todo, uno de los mejores choferes del 168. Pero no: con el rengo era otra cosa. Había sido chofer y en un accidente, bueno, para qué andar revolviendo, mejor contar algo del ascenso de Quilmes, del mundial que se viene, de los horarios cada vez peor, de usted Doctor, incluso a veces Tatú salía de tema y en lugar del canto quería hablar de ese Tucumán querido. Genovese no quería, se resistía un rato, hasta vergüenza le daba, pero en fin, algo decía, no mucho. No se extendía, también era que extrañaba, se notaba, para qué andar mintiendo y para qué entristecer al auditorio que en cualquier momento bajaría los ojos y apuntaría directo a sus piernitas cursientas, y para qué malgastar miradas, para qué, pudiéndolo cantar todo, pudiendo soportar todavía unas zambas hermosas y una voz que le resonaba entera, nada de retazo, ahí enterita y clara. Y comentaban:

- Che, ¿vienen todos?
- Y sí, se juntaron como 500 pesos.
- Van a estar chochos algunos...
- Sí, cuando lo vean a éste se van a preguntar quién es el doctorcito.
- Callate. Es un amigo y basta. Juan Carlos Bidegain, abogado penalista. ¿Sabés, no? Los del sindicato se van a tener que meter la lengua en el tujes.

Bidegain pondría su mejor cara de exhorto nunca respondido y chau. Con tal de escapar de Marta por una noche estaba dispuesto a la disputa judicial. Pero era lejos: Ezeiza nomás y para allá iban. Era lindo el fresquito que se pescaba si uno se asomaba un rato, y claramente contrastaba con el calor imposible de ese autito. Pero lindo, che, de vez en cuando... Bidegain se hundía en sus pensamientos.
- ¡No! Allá quedaban los talleres viejos...
- Sí, pero ahora se los llevaron a un descampado que tienen por el otro lado.
- ¡Y bué! De la buena época no queda casi nada.
- Sí, che, ¡nosotros!
Y se rieron una vez más, como con cansancio. Bidegain notaba amargura, resignación, pero dio vuelta la cara a esos pensamientos y a esos hombres. Ya estaba allí, así que a disfrutar de la guitarra y la comida calentita y casera.
Se bajaron un rato para estirar las piernas. Bueno, Genovese no puede usar guantes, entonces cada rato se detiene y se frota las manos. Y después retoma esa marcha despareja. Los otros dos lo esperan, de cerca, fumando. Bidegain en el auto.
Después alguno tararea algo, como esperando la que se viene, esa biaba imaginaria que piensan que se comerá Manuel, medio carcamán cantando, medio payuca el bola, se ríe Tatú.
Bidegain escucha como ausente, pero no duerme. La historia humana, piensa, es siempre la historia de sus viajes. Y él se sentía como el encargado de privilegio para darle un sentido y clasificar ese viaje inclasificable, que le producía cierto asco y cierta envidia a la vez. Son perfectamente compatibles, pensaba Juan Carlos Bidegain, mientras se hundía en su camperón y esperaba el ritmo de los otros tres. Cómo darle sentido a cosas como esas. Marta nunca comprendería. Uno puede estar adentro y afuera. Dormido y despierto. Y si había una habilidad de la que Bidegain gozaba era esa: adentro y afuera indistintamente. Era como una virtud estética. Y no se la reprimía ni loco. Bidegain orgulloso tomaba nota mental de ese viaje impensado, vulgar, y sin embargo, sincopado, largo, caluroso y ciertamente digno. Escuchaba anécdotas que le eran ajenas como propias, y su impostura no se notaba, o se notaba apenas. De pronto, recordó esa ciudad insomne, al norte de Nigeria, sobre la cual leyó una vez. No pegaba ni con cola, pero imaginaba que esa noche no dormiría nadie durante muchas horas, y pensó que él, más que nadie, debía cuidarse, porque sin querer se sentía como entre nativos, que podrían enterrarlo vivo si llegaba a pegar un ojo. Se rió y sin hablar se hundió aún más en su campera. Estaban cerca ya, igual nunca se sabe dónde empieza una cosa y dónde termina. Marta estaría como loca, y a él eso ya le alcanzaba. Después, el lunes a sus pies, como siempre. Pobre Marta, las mujeres no saben viajar, ni dormir realmente, ni ambas cosas a la vez, como él.

jueves, 17 de junio de 2010

Objeciones a Carancho, de Pablo Trapero (2010)

¿Hay que decirle que el film noir se lo deje a Scorsese? No. A no ser implacables con Trapero. Se trata de un film que trabaja por acumulación y por exceso, eso es todo. De nuestros nuevos directores argentinos él, junto al fallecido Fabián Bielinsky (1959-2006), también Daniel Burman, Lucrecia Martel o Adrián Caetano son los nombres más destacados y su lugar se lo ha ganado.

Este realismo sucio que presenta en “Carancho” despliega un juego de cámaras altamente superior a “Leonera” (2008) y a todas sus anteriores películas, y nos sumerge instantáneamente en el mundo, algo desconocido si se quiere, de los abogados que se alimentan de la necesidad de la gente desprotegida en sus momentos más vulnerables, cuando son víctimas de un accidente de tránsito, el mundo de las ambulancias y hospitales que los recogen y los asisten.

Es clara y explícita la cita de Trapero a “Vidas al Límite” (Bringing Out the Dead, 1999), el film vertiginoso y algo menor de Martin Scorsese, protagonizado por Nicolas Cage. Aquí el elemento dramático-religioso, sin embargo, y quizás se lo pueda leer como una pérdida, está completamente ausente. A cambio de esto, los dos personajes centrales se encuentran a la intemperie en todo sentido (Luján y Sosa son dos náufragos en un mundo de monstruos, como diría el personaje de Carmen Maura en La Comunidad de Alex de la Iglesia).

Trapero es un realizador joven con largometrajes bastante interesantes. Carancho no resulta superior a “El bonaerense” (2002) o “Nacido y criado” (2006), donde el crudo realismo aparecía tamizado por otras ideas subyacentes más que profundas y más que sugestivas.

Recordemos que “Mundo grúa” (1999) fue su primer film y era una novedad imperdible de la exploración neorrealista en el mundo castigado de la argentina durante fines de la década del ochenta y todos los nefastos años noventa.

Como en “Leonera” (2008), Trapero y el guionista investigan muy bien el ambiente en el que tendrán que moverse los personajes dolientes y físicamente heridos que representan un cierto regusto de Trapero por ese realismo algo exagerado, que "se ensucia" mostrando con lupa escenas del funcionamiento de los hospitales ante una emergencia, la forma de trabajar en medio de organizaciones criminales y solapando las inyecciones incesantes de la doctora o el pasado ciertamente oscuro de Sosa (Ricardo Darín).

El thriller negro contiene siempre personajes condenados a la destrucción, a la corrupción en todos los niveles, deambulando en ambientes urbanos generalmente nocturnos, y aquí Trapero no nos da tregua en términos formales ya que predominan en casi la totalidad del film los primeros planos, la proximidad de la sangre y el rictus asfixiante que incomoda al espectador más fiel.

Técnicamente, el film es irreprochable e insisto que los protagonistas adquieren la carnadura adecuada para los actores elegidos. Quizás Darín está espléndido en soledad pero no creíble en términos de su relación amorosa, ni con ese costado cómplice que tan bien supo captar y trabajar Bielinsky cuando lo dirigió en “Nueve Reinas” o “El Aura”. Ni Darín ni Martina Guzmán resultan simpáticos, ni se salvan de una depresión constante.

La crítica ha dicho que una vez que Carancho concluye no nos queda casi nada. Esta sería una de las trampas de la ilusión realista: todo se encuentra allí, no hay pliegues, dobladillos, repulgues o ruedos; tal vez eso sea cierto, pero de ningún modo afirmaría que lo que se narra importa poco. Para Trapero importa y mucho. Uno termina curioso respecto de ese universo agobiante pero que acecha nuestras vidas en cualquier momento, agazapado y jamás desplegado de un modo honesto por los medios masivos de comunicación.

Apuesto a que Trapero en su próxima realización probará un intimismo más humilde, menos hipertextual, menos citado, sin tanto datos y víctimas, y plagado, eso sí, de silencios, circunstancias y conflictos de interiores que tengan su repercusión en el individuo que es un germen de la sociedad que habita. Eso sabe hacerlo si logró con Mundo Grúa revolucionar el cine argentino de los 2000.

Primero

En el tintero y en la punta de la lengua, algo siempre queda resonando ...

En todas las familias con desapariciones y exilios hay ahora muchísimo arte. Imaginemos un hombre: es artista plástico y vive de sus obras. Los otros -hermanos, primos, tíos- son músicos, también de mucho prestigio y muy trabajadores.

Y pensando en nuestro ispa: desde las altas fortificaciones de los Quilmes, los Valles Calchaquíes son una avenida infinita desde y hacia el horizonte. Fueron los últimos indios en ser derrotados. El escenario de aquel genocidio hoy es una biosfera inagotable. Tucumán maravilla, gracias Dr. Riffel.

Es espectacular el modo en el que la naturaleza nos dice que NO hay nacimiento ni muerte.
a) Primero, tenés que enojarte. Es lo primero. La rabia. Y, luego, sacar la cabeza por la ventana y gritar, si te es posible: "No voy a aguantar la mentira nunca más". Chau, cacerolas, ahora la voz toda junta, esa compañía total que está dentro de uno.

b) Es preciso haber vagado mucho, haberse adentrado por muchos caminos para, al fin y al cabo, darse cuenta de que en ningún momento hemos abandonado el nuestro.

Les pido, lectores queridos, que elijan una de estas dos frases y respondan con un texto breve inspirado en una de ellas. La frase es un disparador de escritura, y me imagino que desde allí, sí, desde allí, hay muchos que quieren decir algo. Ahora es el momento. Casi como una ejercitación para cultivar el germen que todos llevamos fermentando hace tanto tiempo.

Viajes I

Hay viajes, y hay que hablar de ellos; y hay personas que mandan a hablar –hay un lazo–. Cierto es que las personas no se ofrecen fácilmente a la interpretación: poco más allá del especialísimo andamiaje analítico que modulan los psicólogos, aparece siempre un punto de inflexión, un punto duro, casi aporético, a partir del cual el observador, sin herramientas ya, por lo común, delega o abandona su observación , su conocimiento, su “tomarse el trabajo”..... Ese es el momento del sentido (el de la captura de algo). La famosa propuesta de llegar al sentido a partir de la forma. Y se acepta entonces que el sentido es (en) la forma.

En el caso de las personas, la forma se forma de expresión, de la articulación de un discurso que taja la expresión del rostro y del cuerpo (bordes, cicatrices, muecas, huellas....).

En el caso de los viajes, se dispone así un círculo (diré hermenéutico) donde la comprensión de un traslado, de una fecha, un vuelo o de un individuo trasladándose supone la (pre)comprensión del todo y viceversa...

La sola mención es un gesto absolutorio, un “acto de justicia”: es ex-presión. Justicia es presencia del Otro, que descubre mis recursos y mi falta, y ante quien me expreso, y me absuelvo y me desnudo.
No se puede poner a una máquina interpretante en la máquina interpretante, porque el efecto es un agujero negro semiótico que lo absorbe todo.



Valeria

miércoles, 16 de junio de 2010

Caes

Caes
desde el calor del cielo
como una impregnación callada
como el sudor inalterable,
sobre mis grandes vegetales extendidos
sobre el lomo de estas bestias feroces.


Las flores se cierran lentamente
con el verso nocturno de una dulce garganta de pájaro.
A lo largo de un ancho silencio
caes
en mi zona sonora
como un zarpazo sin tigre
caes
como el agua de la noche
en que duermo.


Caes
y dedicado a caer
adorable
persistente
no todavía
con tu solo reposo de caer
abres la grieta
ese destello ilusorio
entre mi color y el infinito.






V.D.