viernes, 4 de marzo de 2011

Flores y Condolencias

Anabella es la hija de un florista italiano, que sin embargo no habla ninguna lengua con su padre. Ni castellano, ni italiano, ni nada. Ahora eso sí: con goce, con minucia, organiza ramos de todo tipo para clientes de toda estofa y mientras tanto piensa, en cada momento de sus días grises, que no quiere seguir esos pasos. No quiere preparar flores para que otros las obsequien o queden bien, o regalen enamorados, por el resto de su vida.

Anabella percibe tanta decepción en esa juventud a mitad camino... rematada por discontinua, en liquidación sumida a los 32 años. Porque le hace gracia pensar que esas flores son tan frescas pero tan perecederas como sus días. Le hace gracia pensar en ella de ese modo: como una graciosa mesa de saldos o como un negocio de telas en franca liquidación.

Nadie sabe de sus tribulaciones. Nadie las imagina. Ella no las exhibe. Y nadie se interesa por ellas. Su hermana, una extraña total, ya ha formado su familia y es el tácito orgullo de sus padres. Ella en cambio todavía no sabe sino envolver de un modo delicado y correcto los ramos suntuosos que su padre, con el tiempo, ha logrado para su moderada clientela.

No es nadie. No es la heroína de ninguna novela, no se deja caer apoyándose en la juventud de un instante, no intenta mantenerse en pie para un proyecto extraño que le es claramente ajeno. No sabe más que su tardío darse cuenta de que el bosque se ha movido.
Y ella, no rompió el vidrio a tiempo... Y ahora, mira toda la plantación de lejos.

marzo 2011