miércoles, 28 de julio de 2010

El destino de un tigre

Del celebrado millar de ejemplares que se suponía que quedaban de gatos salvajes en América, ahora resulta que leo que quedan doscientos o trescientos, y que están desperdigados y tan amenazados por diversos peligros como nunca...
Parece que la especie podría darse ya por perdida, a menos que ocurra un milagro, o, lo que es todavía más difícil, una confluencia de milagros: que se recupere la población de conejos, único alimento de este felino de paladar exigente; que no se contruya cierto embalse que amenaza uno de los santuarios de la especie; que se consiga, a modo de salvaguarda genética, su reproducción y cría en cautiverio...

Hasta ahora, miraba uno al lince con cierto rechazo. No terminaba de gustarme su condición de animal-estrella y me parecía injusto por completo que hasta en el reino animal determinadas especies recibieran un trato de privilegio sólo por su estampa fotogénica. En el mundo bobo de los buenos sentimientos hacia la Naturaleza (muchas veces una bobera irresponsable y destructiva) la idea de contar con un pequeño tigre autóctono resultaba muy atractiva. Se habla del lince, pienso, como los responsables de cualquier zoológico hablan de sus tigres albinos o de cualquier otro animal predilecto para el público. Y ahora que la realidad cruda devuelve al lince su verdadera condición de animal acosado y amenazado, piensa uno que tampoco él tenía la culpa de ser, en medio de la pajarería diversa y elusiva que puebla la marismas de este continente, el único perfil tangible de depredador capaz de proporcionar un espejismo de selva a quienes piensan que la naturaleza es, antes que nada, un hermoso espectáculo.

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