lunes, 2 de agosto de 2010

“HOMO NARRANS”

REFLEXION

El acto de escribir es una prolongación del acto de leer, no su reverso. Ni siquiera es una prolongación intelectual. Es la prolongación algo perversa de la vida. Sin más.

Escribir es siempre materializar una lectura, una vivencia, una persona, no sólo con palabras en los libros, sino también con otros signos, con intuiciones, con fenómenos azarosos. Creo que a mí me hizo escritora de ficciones, más allá de los viajes secretos y de las aventuras interiores que los libros ajenos me han deparado, el propósito de plasmar esas experiencias más complejas y confusas, donde se conjugan la realidad imaginaria y la realidad vivida.

Además, unos cuantos años de práctica me han llevado a considerar la invención de ficciones como algo propio de la naturaleza misma del ser humano. Voy a intentar explicarme. Desde que Carl Linneo clasificó a la especie humana han pasado dos siglos y pico, y en la actualidad sabemos bastante más de lo que se sabía en aquel tiempo acerca del lenguaje y de la invención de espacios imaginarios. A estas alturas parece obvio decir que todas las especies vivas poseen un lenguaje de comunicación: el tiempo primaveral nos permite contemplar a los pájaros que se reclaman entre las arboledas, los gatos y los perros nos saludan con sus zalamerías, las abejas saben señalar a los suyos el camino de la colmena, los delfines y los antílopes se avisan del peligro.

Hasta los seres más simples de la escala zoológica tienen recursos para hacerse entender, de manera que no es el lenguaje lo que distingue a nuestra especie en el conjunto de los seres vivos, sino el haberlo empezado a utilizar para contar cuentos, para narrar historias.

La peculiaridad humana cuaja sin duda cuando nuestros correspondientes antepasados, o antecesores, dan sentido y orden, por medio de ficciones, al caos incomprensible y hostil de la realidad que les rodea: por qué el sol sale cada día, por qué las estaciones se suceden, de dónde proceden los seres vivos, qué es la muerte.

La narración de ficciones ha sido el instrumento natural del ser humano para explicar el mundo a su medida desde que tuvo consciencia de existir en él. Nuestro conocimiento de la realidad comienza con los cuentos. Somos el homo sapiens porque somos el homo narrans. Nuestra naturaleza es la narración.

Las narraciones, llámense cosmologías, mitos, leyendas, fábulas, nos han permitido leer la realidad externa e interior para poder asumirla. También la poesía nace de este modo, como una lectura de la realidad que aprovecha el lenguaje no para describir sino para interpretar, para esclarecer, de manera específica, diferente a cualquier otra, lo que hay detrás de la forma de las cosas.

Las narraciones nos ayudan a descifrar el fluir tumultuoso y desordenado de los hechos, o al menos a comprenderlo mejor, y con ello a comprendernos y descifrarnos más certeramente a nosotros mismos. Hemos conseguido que la realidad haga fructificar ficciones, y con esa cosecha hacemos acopio de elementos para hacerla más asequible, menos hermética, y acaso para redimirla. Por medio de las ficciones que inventamos a partir de ella, rescatamos a la realidad de su feroz y ciega y aparente falta de sentido.

Por otra parte, la literatura tiene la gran virtud de poder infiltrarse con naturalidad en todas las zonas oscuras e invisibles que rodean las apariencias más serenas de lo cotidiano, y utilizar los sueños como material creativo de la misma solidez y dignidad que los elementos más razonables de la vigilia.

Pienso que debe de haber sido la intuición de todo eso lo que estimula, a quienes lo hacen, desde muy pequeños a comenzar su actividad en la escritura.

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