No hay libertad, hay hábitos,
y hay una decisión, una entre otras
de caminar hacia la Muerte,
con el cuerpo exaltándose en la sombra.
No hay amor si no hay espanto,
no hay cuerpo que no desangre a solas.
No hay salvación si el poema tarda,
O si la palabra se diluye en la borra,
O si en medio de la marea,
no llega exacta redonda
frase en la que se representa
la síntesis que apasiona.
Borges advierte con pesar
que llegó a Tucumán, y no hay estrofa.
No puede borronear, tachar
romper lo que es imperfecto o sobra.
No puede eliminar papeles
que se resisten a aceptar la gota
de sonido, de énfasis,
de claridad conmovedora.
Todo se desarrolla
sobre una tela que no tiene fondo,
en el espacio de la desmemoria,
en la aridez de lo que no se pronuncia
en el deseo que no encuentra forma.
Borges insiste, insistirá,
recordará tramos de su obra,
arañará emociones, aunque sabe
de tardes que se desploman
sin dejar nada,
sin endecha, sin párrafo, sin copla
sin el menor asomo
de redención verbal cantora.
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