martes, 29 de junio de 2010

3

Florida en el atardecer

es un premio excesivo.

Hay que ir por ella como por un mar,

con brújula, aparejos, signos,

que ayuden desde el horizonte

a caminar con rumbo definido.

Es necesario obedecer,

es conveniente mantener el ritmo.

Borges no acepta y huye,

opta por su destino,

y sin dejar de estar,

decide colocarse ante sí mismo,

inventa su paraje,

su detallado delirio,

urde las palabras,

pero como todo no puede,

frente al desorden que convoca vivo

elige una estructura que lo apoye

que le dé música y espacio estricto.



Florida es implacable

tiene un propio designio.

No le interesa nadie en especial.

Los duros y los sensitivos,

¿qué diferencia hay en el balance?

Cada uno sin saberlo ni sentirlo

es un heroico ante la muerte,

es un golpeado por los hechos:

sacrificado, honesto o asesino,

cada uno del montón

es un brutal y gran desconocido,

que lleva, trae, empuja, rueda

un viento negro, nunca definido.

Los hombres no son felices,

y caminan, iguales, decididos,

por la Florida interminable,

con clima de laberinto.

¿Quién la hizo tan derecha,

tan delineada y rumbo al infinito?



Borges sabe que es otro más,

sin nadie que le ofrezca alivio.

No cree en la gloria,

no cree en ningún descanso merecido,

sabe que a todo lo acosa el espanto.

Borges está en la rueda, gira lívido,

manotea un murmullo,

y sabe que está solo y despedido.

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