Florida en el atardecer
es un premio excesivo.
Hay que ir por ella como por un mar,
con brújula, aparejos, signos,
que ayuden desde el horizonte
a caminar con rumbo definido.
Es necesario obedecer,
es conveniente mantener el ritmo.
Borges no acepta y huye,
opta por su destino,
y sin dejar de estar,
decide colocarse ante sí mismo,
inventa su paraje,
su detallado delirio,
urde las palabras,
pero como todo no puede,
frente al desorden que convoca vivo
elige una estructura que lo apoye
que le dé música y espacio estricto.
Florida es implacable
tiene un propio designio.
No le interesa nadie en especial.
Los duros y los sensitivos,
¿qué diferencia hay en el balance?
Cada uno sin saberlo ni sentirlo
es un heroico ante la muerte,
es un golpeado por los hechos:
sacrificado, honesto o asesino,
cada uno del montón
es un brutal y gran desconocido,
que lleva, trae, empuja, rueda
un viento negro, nunca definido.
Los hombres no son felices,
y caminan, iguales, decididos,
por la Florida interminable,
con clima de laberinto.
¿Quién la hizo tan derecha,
tan delineada y rumbo al infinito?
Borges sabe que es otro más,
sin nadie que le ofrezca alivio.
No cree en la gloria,
no cree en ningún descanso merecido,
sabe que a todo lo acosa el espanto.
Borges está en la rueda, gira lívido,
manotea un murmullo,
y sabe que está solo y despedido.
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