martes, 29 de junio de 2010

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¿Qué quedó de Flaubert,

con su esmerada frase?

Kipling fue un sueño largo.

Melville duró bastante.

Dante: ¿qué significa

en el crudo balance?

Sólo queda Lugones

al fondo de la calle

reclamando un soneto,

perfecto en el detalle.

Poeta por acento, no por canto salvaje,

por un empeño ardiente, no por gracia constante.

Borges busca la proximidad,

un ajustado enlace,

las señas emotivas de los poetas locales.

Con Carriego mantiene

una vieja disputa, al aire.

lo trae, lo aleja, lo aproxima,

lo saca del estante,

lo pone junto al cuerpo,

nostálgico, transido, suave.

Lugones es el maestro,

el que no debe olvidarse.

El que plantea realismo, claridad, envase,

con un gran gesto retórico

que asegure la fluencia de lo que se hace.

Borges no fue ministro,

careció de asesores

no tuvo oficiales,

periodistas, compinches o curiosos

que hasta el final lo acompañasen.

Fue víctima de dudosos encuentros con salvajes trampas.

No hurgó en los cancioneros tradicionales.

No tuvo tiempo para todo.

Las conferencias, las lecturas reales,

luego las imaginadas,

el tedio de las entrevistas, los viajes,

el deseo de los idiomas,

la emoción de las tardes,

redujeron sus saltos,

no permitieron todos los fatales

y deliciosos vínculos

con lo natal que impone vasallaje.



Poeta por método y por martirio,

el arrabal cavado en el desaire,

la leyenda, el ardor, la valentía

de los que dejan vida en el instante.

Y por eso admiró con asombro

el cuchillo mortal

que entra y que sale.

Le provocó temblores

Y personajes.

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