martes, 29 de junio de 2010

Colores (y retazos)

Y si una tarde lluviosa volviera a mi casa en auto, las gotas oblicuas colgadas en el cansancio del viento, con las manos apoyadas en el volante y satisfechas por cómo van los negocios del circo, podría pasar por la puerta de un jardín de infantes. Podría ver entonces a los niños saliendo, prendidos por las manos a la felicidad de las madres, llorando o riendo, quizá comiendo chocolate o helado. Vería entonces algunos pedazos de mi infancia -quizá los primeros juegos, algunos olores, ese primer muñeco de orejas grandes y ojos aterciopelados- flotando, disueltos entre la alegre linfa de sonrisas y juegos, como formando una gran nube que lo incita a uno a sumergirse, de la misma manera que lo veo entre los niños que van a divertirse al circo, y estaría seguro de haber perdido con los años los colores de un cuadro gigante y único.

Entonces aprovecharía que fuera del circo no estoy encerrado en la línea circular y poderosa que divide la carpa en arena y tribuna, haría coincidir la bailarina de trapo que cuelga del espejo retrovisor con la nube de pasado y risas infantiles y aceleraría alegremente para atrapar los flotantes retazos y colores de mi infancia. Supongo que en la primera embestida agarraría la mayoría de los recuerdos; al resto los perseguiría -ya enfervorizado por tenerlos a todos- en la calle o en la vereda, hasta donde hubiesen volado por el viento del primer golpe, y los terminaría de atrapar en algunos minutos.

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