martes, 29 de junio de 2010

El Clavel del Aire [1]

No es un vegetal. Como tantos otros seres aéreos, también el clavel del aire disfruta de un privilegio efímero: su cuerpo pende misteriosa y dificultosamente entre el cielo y el infierno.

Expósito errante, une su destino al de las aves, los sueños, los ángeles, el humo y el viento. Se trata, quizás, de una suerte de mensajería espiritual; por medio de ella transmitidos nuestras inagotables súplicas hasta los oídos de nadie. En su oficio de médium, el clavel del aire irradia a su alrededor fuerzas o energías que comunican nuestros labios resecos con las hostias que imaginamos levitando en el aire. ¿Pueden detectar nuestras miradas aturdidas su esmirriada corporalidad?

La "tillannscia aeranthos" -según su prontuario científico- es, admirablemente, pariente cercano del ananá. Es, además, desarraigado émulo de la orquídea; ambos se nutren de las breves migajas de polvo, de luz y de agua que el viento arrastra en su nervioso baile. Abrazado a las últimas ramas de los árboles o a los tensos cables que conceden un aura fosforescente a las ciudades, nos deja atónitos con su simple y desnudo modo de vivir. Con sus uñas de aire, el viento, ecuánime y despiadado, cala estrías dolorosas esculpiendo en el tallo formas supliciadas; calcos de una humanidad quebradiza.

¿Cuál es la imagen sensible que nos suscita instantáneamente la visión casual del clavel del aire? Nos vemos duplicados. En su terco afán de pretender lo inconcebible (vivir del aire) y de huir de la fatalidad (la tierraparturienta), nos reconocemos aferrados a una vida en la que oscilamos vacilantes, suspendidos sobre un abismo en cuyos acantilados preferimos merodear a ciegas.

Observándolo, recordamos el salto portentoso de todo niño que, por un breve pero formidable lapso, se cree apto para ascender a los cielos. Pero el suelo es condena. Entonces lo imaginamos como un libérrimo arquetipo de la esperanza colectiva o lo suponemos encarnación de una deidad tímida. Pues algunos objetos son capaces de soñar en nuestro lugar. Así aprendemos que somos nosotros los claveles del aire. Ya está dicho, no es un vegetal: es la representación dolorida de las ilusiones milenarias de la especie, un muñón de nuestro cuerpo que se cuelga del aire.

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[1] Es una epífita. Como las orquídeas.

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