martes, 29 de junio de 2010

Manara

Uno nunca entiende muy bien cómo ocurren ciertas cosas. Camine cinco casas más adelante, por la calle principal hasta el portón negro. Un perro ladrará detrás de la puerta imponente y sola, pero sin mucha convicción. En unos segundos, será su amigo. Proceda hacia adelante, siempre adelante por la galería hasta las sucesivas puertas intermedias, la de vidrio, la de madera. Es probable que nadie perciba su visita hasta mucho tiempo después. Las cosas desde ya siempre ocurren como quien no quisiera. Subrepticiamente. Los corredores van pasando y los mosaicos casi siempre tienen diseños atractivos, dibujos de otras épocas y lugares, princesas o reyezuelos en campiñas verdes impecables, como en las vetustas teteras de una bisabuela. Por fin aparecerá la pequeña glorieta, antesala del jardín de invierno, con sus flores amarillas y azules en plena estación y su perfume delicioso, y allí estará la anciana con su gato, ambos semidormidos y silenciosos, ambos arrellanados en las mecedoras de caña, balanceándose hacia atrás y hacia adelante, el tejido caído en pleno césped. ¿Será necesario detenerse un buen rato allí? Todo depende. Uno nunca sabe cuán fino puede ser el oído de un felino. Se dice de estos animales que gozan de una intuición casi femenina y de una especie de radar que percibe hasta la más ínfima turbación sonora. En todo caso, habrá que hacer un buen trabajo.

Pero allí no acabará todo. Será preciso aún otra caminata aunque ya se esté cansado y resoplando aire, hasta el fondo del pequeño parque, donde estará el niño. Sin embargo, uno no entenderá nunca cómo es que el niño ya está mirando con su sonrisa perpleja que viene desde atrás de esos ojos grises y de la boca pegoteada con helados y bombones. Pues todo afán descriptivo siempre corre el riesgo de resultar artificioso y extenso. Los ojos que miran lo toquetean todo, se detienen sólo en algunos espacios, siempre es el fragmento de un cuerpo, una gota de saliva o de sangre. En fin, uno ha recorrido ya todo un camino y exhausto como está, deja la lapicera.

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