martes, 27 de julio de 2010

Metro cuadrado

Te digo adiós porque ya no volveré a verte. Ni azar ni determinismo. No puedo, just like that !

Tenés que comprender: soy un maniático del repliegue sobre uno mismo. Tengo mis metros cuadrados muy limitados, abismos infinitos, sin embargo, que nunca agoto. ¿Afuera? está el peligro. No necesito, por otra parte, nada más. ¿Qué me importan a mí las escenografías desconocidas? Todo está aquí dentro. Todo está en mi casa. Me gustan estas costumbres, estas rigideces, como lo denominarías en tu estrecha comprensión del mundo...
No puedo permitirme además la frivolidad, la poesía. No puedo porque amo lo que tengo, amo lo que quiero más que a nada en el mundo. Por supuesto, entiendo, y me lo han dicho varias veces, o al menos lo han dado a entender, que es una ilusión, que todo esto, el mundo, yo, vos, todos, somos una ilusión de alguien que nos sueña más allá. Pero a Borges no lo leo seguido, y comprenderás que no soy tan devoto de él como vos.

Racionalmente, además, SE TRATA DE una ilusión, porque nada de todo esto lo elegí: estrictamente hablando... Sin embargo esta prisión me libera, me ata y me libera, y volvería a elegirla en cualquier momento. De esto mismo, y no de otra cosa, se trata el amor verdadero, ¿no?

Comprenderás entonces que necesito sol, necesito luces crudas, reales, presencias, calores, contacto, hogar, sobre todo calor y calores. Después, muy de vez en cuando, necesito la ciudad, y tal vez creo que la necesito y es que en realidad cada vez menos. Los ruidos, los movimientos enloquecidos, lo ficticio no me son necesarios.

También es cierto, que, por otra parte, el descanso me fatiga. Que estoy un poco fatigado. Bastante en verdad. También tengo derecho a un pequeño trozo de la belleza universal. Pero los precios son muy altos, y prefiero no ponerme en gastos que después quién sabe cómo sube la alícuota. Por ejemplo, el mar, las bahías ahí nomás, abiertas, un objeto abrupto, el cielo plomizo de una tarde cualquiera, porque viste que la bruma del atardecer en la ciudad se arrastra un poco por todas partes, hasta por los corazones.

A mí me gusta mi terreno, el lecho de mi río, aunque otros digan que se trata de un delgado hilo de agua sin brillo. Aunque otros crean que mi terreno está un poco resquebrajado y desierto, un suelo endurecido donde el pasto crece mal. Me gusta mirar mis lagartos y mis salamandras.

Entre las doce y las dos flota una especie de fatiga mortal. Te conté que sigo sin dormir, y por ende muy fatigado. Una fatiga blanda, de una blandura implacable (era más blanda que el agua, que el agua blanda... de esas metáforas oscuras está hecha mi vida y me encanta).

Los ruidos llegan de todos modos, de dos en dos, los ruidos de motos y golpeteos de barras y de hierros. Todo está como estupefacto. En las paredes falta todavía hacer unas cuantas cosas, hay extraño color ocre, hay tierra, que me gusta, ojo! cómo me gusta!

Hacia las seis de la tarde, o seis treinta, cuando el sol ha caído un poco, todo alrededor de mí también cae y yo mismo, me regocijo del cansancio bienhabido, del trabajo que me ha cansado. Pero no: regocijo es una palabra como bizca. En realidad, no estoy cansado, estoy fatigado. No es lo mismo.

Por eso me gusta mi paisaje. Nunca cambia. Es mi tierra, mi ciudad, aunque lejana, sucia, irrespetuosa y ruidosa, la bruma, el calor. Es todo tan extraordinariamente eterno, desnudo, equilibrado, pobre, humilde. Me tranquilizo, y fatigado y todo, le pertenezco totalmente. El fondo del horizonte, que desde aquí vislumbro, pesa sobre mí un poco. Es la fatiga con su tonelada de certeza recalentada. El cielo entra en mí por mis pulmones y mis ojos, disuelvo rápido los vapores de otros olores, y me concentro en mi sudor humano. Bebo el agua de mi territorio, como las frutas en el centro de mi mesa cubiertas de mi polvo, de mis paredes. Los rayos de sol blanco entran en mi piel y me modifican sensiblemente. Echo raíces aquí. Envejezco. Mi pensamiento ahora está hecho de esta tierra y de este aire, y mis palabras siempre terminan describiendo el mismo recoveco.

Soy cada cuadrado de este espacio, de mi cuarto, de mi cama... alvéolo minúsculo, microscópico elemento encastrado en este ámbito familiar que es donde nací y donde moriré, donde me abrigo, me abrigo todo el tiempo. No hay extranjeros. No hay mundo. No hay patria. No hay hormigas. No hay avivados ni corruptos. No entran en este país, el único país que conozco. Quisiera poder hacer como el roble, y vivir durante siglos aferrado a este mismo bloque de tierra, sin moverme, absolutamente quieto, por siglos, milenios, eras estelares.

1 comentario:

  1. Me has dejado sin aliento!!!!! Ésta es la verdadera Valeria!!!!!!!!

    ResponderBorrar